sábado, 29 de septiembre de 2018

A la orilla del tiempo



Tantos días y noches navegué en este barco de papel que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquellos años la imaginación jugaba un papel importante en mi vida.
Hoy pienso que era yo la que hundía las letras esforzándome para que no salieran a la superficie, porque quería crear mi propia lengua y aventurarme con ilusiones en ese océano desconocido; sin esta herencia educacional de los padres de nuestros padres que nos persigue, donde amar siempre fue y es una utopía.
Recuerdo que en aquellos años en los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida, inconscientemente memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que crecía. Era la edad del descubrir todo aquello que creía oculto a los ojos, cuando formulaba alguna pregunta la respuesta llegaba dosificada como si de un jarabe se tratara.
Una mañana al despertar de aquellos días ya pasados, sentí la necesidad de dejar de navegar. Había soñado con un bosque de hojas caídas y me propuse buscarlo despierta en el mundo de los sueños; pero me pareció tan insensible adentrarme y sentir el crujir bajo mis suelas que empecé a echar las hojas hacia los lados, para abrirme camino.
Todo a mi alrededor transcurría en instantes que se deslizaban y se difuminaban con el color del paisaje -un color y un paisaje que han cambiado con el paso de los años-, porque para mí, no existían años, meses, horas, solo el instante donde todo fluye, donde todo sucede… Ahora que han pasado los años pienso, que algo en mi interior me decía que no tenía que ir a ningún lugar porque ya estaba en él.

Me asomo a la ventana del tiempo, para escuchar el susurro de éste atardecer en el aire, mezclado de miradas como gritos silenciosos que esperan la llegada de la noche, que a veces como viento salvaje golpea el muro del orgullo o como río a mis ojos desbordado que solo busca su camino.
Comenzaba a hacer frío. Recuerdo que había hecho ya un largo camino entre hojas caídas, según avanzaba dejaba el bosque atrás. La oscuridad caía, ya no había luz que iluminase mis pasos; entonces hubo un tiempo de penumbras, donde todo se sentía marchito. Imaginaba caminos sin risas ni llantos donde la algarabía era ceniza y mire al cielo y comprendí desde entonces…que la heredad terrena no se conquista, que los días no cambian, que con miedo no existe futuro y sin futuro….sin futuro no hay miedo.
Hoy pienso que no hay miedo a que la mirada se pierda en ciertos días de ceniza, a contemplar un horizonte débil y quebrado donde las aves no dejan señales en el cielo. Sin miedo a jugar al borde del precipicio…tantas veces al borde del precipicio como las ganas de volar en medio de la noche, como animal acorralado en su último intento por vencer sus miedos, no hay miedo a que no regrese la ausencia o se pierda en el saco del vacío, a perder lo que se tiene, a creer que las utopías son irrealizables.
El curso de una frágil luz de luciérnagas me mostró los signos de esa selva en la que me había sumergido, donde oír hablar de estrellas era costumbre, pero solo conseguía oír el ruido de tambores que se alejan.
Los instantes transcurrían, la vida pasaba, como transcurren y pasan hoy; pero entonces, todo a mis ojos se presentaba mágico. Podía imaginar cómo en el aire finos hilos musicales hacían florecer la higuera, el naranjo, el almendro…florecían las estaciones cada una a su modo y en su tiempo.
Me dejé llevar por el instinto -tal vez hoy hubiera tenido dudas de seguirlo-; el que me guiaba al interior de una gruta donde había pequeños diamantes táctiles guardianes de la memoria. Me encontraba justo bajo el despertar de bella aurora para salir del paisaje soñado y dar luz al acantilado a la salida de la gruta.
Era fácil encender la llama de los ojos y ver el templo deseado justo cuando la luna llora bajo la noche y la noche cae sobre mis párpados, como la nieve sobre el árbol y las hojas sobre la nieve.
Salí del lugar en el que estaba. Recuerdo que salí descalza, para entrar en el túnel de los sueños desde aquél presente; pasé al pasado y al futuro alimentándome de las imágenes de cada momento.
La mirada jugaba a conocer el aire, me sentía como una equilibrista aventurada en el hechizo de la vida y la magia era el espectador que se marcha como la noche que clarea o el día que oscurece.
Creía que los días nacían para ser eternos, pero descubrí un horizonte de arena y mar donde el sol descansaba por las tardes allí donde la claridad se atenuaba; donde el color era reflejo de un océano que tejía espuma y arena para perderse en alguna orilla sedienta, allí donde las voces guardaban silencio… Pensaba en el amor y lo acurrucaba sin preguntas.
Tampoco había preguntas para los ermitaños que se refugiaban en abandonadas conchas marinas, ni para quienes pisaban arenas errantes ni a quienes volteaban aguas para guardar el secreto en sus labios. Sencillamente no había preguntas para alguien que despuntaba estrellas y llamaba en el silencio, ese silencio que atesoraba el pozo de la locura junto al que me sentaba para tomar aliento. Hoy me siento a la orilla del tiempo.
Todavía recuerdo el aroma a la salida del túnel de los sueños, cuando iba al encuentro del solitario árbol, de aquel de cuyos brazos cuelga la esperanza y caminaba hacia el seco desierto de miradas ausentes. Allí desenterré algunos tesoros para más tarde repartirlos en los poblados que sabía estaban naciendo….tantas etnias disparadas al espacio del olvido.
Muchas de las veces los atajos que tomaba estaban llenos de ideas en cada una de sus grietas, En aquella época no lo percibía; es ahora, con el paso del tiempo, cuando lo pienso: que la mirada era una puerta abierta al horizonte donde el color era un trozo de libertad.
Caminé por la vereda del río y su grito espantaba; otras su calma alentaba. A veces levitaba por espacios desconocidos y salía de ellos sin descubrir nada.
Me acariciaron muchos amaneceres en la búsqueda de esos años, cuando la continua repetición del silencio, saltaba de palabra en palabra en mis oídos. Pienso que los ojos de la experiencia son un mito.
La mirada se detenía en la misma orilla de los comienzos para embriagarse de lluvia y estrellas olvidadas a la altura de unos ojos y una boca sin aliento, donde se quedaba junto al único árbol que espera la llegada del otoño, para colgar acertijos en sus ramas desnudas. Me pregunto si hoy seguirán colgados.
Recuerdo que quería regresar antes de ese instante donde todo concluye. Decidí tomar camino de regreso cuando aun no se veía la sinuosa línea de la oscuridad. Las imágenes y recuerdos iban suspendidos de la memoria, observé como lo hacen las piedras, inmóviles a toda tormenta, ofrecí al paisaje una larga mirada y vi como las naves lejanas dibujaban sombras en el mar. Regresaba al lugar del que jamás había salido donde la mirada queda reflejada en la quietud del estanque…
Estanque donde vacíe los bolsillos de pequeñas monedas para llenarlos con sonrisas. Con el paso de los años, hoy creo que el viaje fue a un mundo abierto y, aunque no obtuve todas las respuestas, no perdí ninguna pregunta. Mis manos llevaban pequeños instantes donde habitaban los recuerdos táctiles de palabras y sonidos amantes que pintaron imágenes en desiertos y escribieron versos en la pared azul del viento; esto lo siento hoy porque en aquéllos días no me daba cuenta de ello.
Tantos días y noches navegué en este barco de papel que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquéllos años la imaginación jugaba un papel importante en mi vida.
Creo que los silencios a veces nos despojan de orgullos, y que regresamos a la infancia para recoger nuestro barco de papel y guardarlo en una caja de zapatos bajo la cama.
En ese mar encendido aprendí mi primera lección, no hay magos en el horizonte.
En aquéllos años en los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida, inconscientemente memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que  crecía.
Hoy, en éste lugar; aquí y ahora, busco los recuerdos en la memoria del tiempo .Un segundo, algún día, alguna vez... todo son tiempos... tiempos anárquicos pero tiempos, porque por alguna razón todo está dentro de eso que llamamos tiempo.




lunes, 10 de abril de 2017

TODO PASA




Me desperté con el silencio de tus ojos,
la heredad de los días te pesaba.
Recordabas la natural caída de las hojas en otoño,
cuando las noches se fugaban y se colaba la luz por tu ventana.
No supe distinguir la levedad de la proximidad del olvido,
solo sé, que abrí los ojos una mañana y todo era cenizas,
no me preocupe por recogerlas,
salí de allí y cerré la puerta.

domingo, 16 de febrero de 2014

SIN ORILLAS








SIN ORILLAS


Me despertaron los cantos silenciosos de tu dolor.
Recordé el crujir de la hojarasca
bajo tus suelas desgastadas de tanto vagar.
No me preguntes cómo desde la otra orilla,
pude distinguir la anarquía de tus ojos
dibujando interrogantes en las nubes
que quedaban huérfanas y sin esperanza de repuesta.
Fue entonces cuando nos adentramos juntos al mundo de los sueños
Y nos entregamos entre lágrimas y risas a la magia de la danza,
en aquél lugar sin orillas, te hice entrega de códigos secretos
para que pudieras retomar el camino de regreso con los ojos abiertos

martes, 26 de junio de 2012

sin llantos ni risas








Tiempo hubo de penumbras
de marchitos caminos desolados
y llantos, y risas solo eran ceniza...
sin embargo en la magia del aire
y sus hilos musicales
florecieron la higuera,
el naranjo,
el almendro...
las estaciones con su modo y en su tiempo.
Cuando despertamos para volver a edificar,
los cimientos de tiempos postreros regresaron
como un mal sueño y todo quedó en penumbras.

viernes, 30 de diciembre de 2011

LA SOMBRA DEL AZUL















Las hojas de otoño levitan delicadas
para no rozar el desamor,
pero la imagen de tu recuerdo
queda suspendida en la memoria
de los viajeros.
Y tú observas
cómo las naves lejanas dibujan sombras en el mar..

Estos ojos de juventud
presurosos al amor
no saben de tinieblas
y se lanzan al vacío
llenándolo de promesas.
Es entonces, cuando estos ojos
se llenan de azul.

Sentado a la orilla del cansancio
observas como lo hacen las piedras,
inmóviles a toda tormenta;
distingues el baile de las ramas
en el viento
y sabes de manos blancas,
del amor y sus caricias,
para correr tras él.
Llegas al patio de naranjos,
donde sabes que un viajero
no hace preguntas,
nadie hace preguntas en la ventana del invierno
porque la magia conoce tu nombre.

Ya no hay hojas que bailen en otoño,
tampoco nieve que cubra los eneros.
Te acurrucas en mis ojos,
en la ausencia para hacerlos tuyos.
Sabes...

que espero los granos del amor
para germinar en tu próxima primavera.

martes, 6 de diciembre de 2011

AUSENCIAS

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AUSENCIA

A veces siento el tropel de las tortugas venir
cuando naufraga el silencio.
A veces siento el sonido de tus suelas doblando
la esquina de los mercaderes del amor.
A veces, sólo a veces...
la lluvia baja de los techos quebrados
y el corazón como un amor suicida
cae de las nubes
como una promesa exprimida
hasta la última gota.

miércoles, 17 de agosto de 2011

NOCHES ATRAPADAS


El olvido de pies desnudos y fríos corre
por los herbazales del mundo.
Manantiales desiertos
buscan humedecer sus gargantas de esperanza.
Persigo los días…
como quien persigue estrellas
o se mete en el sumidero
profundo de la desesperanza.
Molinos de viento donde las noches
quedaron atrapadas.

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